La memoria en la era virtual

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Más de 3 millones de tweets fueron analizados por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) para construir el informe más contundente sobre los crímenes de lesa humanidad que cometió el Estado de Nicaragua contra la población civil en 2018. El uso de las redes sociales ha sido innegable en el movimiento autoconvocado azuliblanco desde entonces, éstas han sido un espacio seguro y colectivo para organizarse, exigir justicia y construir memoria en tiempo real. En este artículo conoceremos el testimonio de una universitaria y cómo vivió aquellos primeros días de protesta desde las redes sociales.

Fue abril del 2018 el mes en que la rabia colectiva se empezó a incubar en Nicaragua. Para el 12 de ese mes un incendio llevaba más de una semana consumiendo lentamente una de las reservas más importantes del país a vista y paciencia de las autoridades estatales. Las redes sociales ardieron, igual que las cientos de hectáreas de bosque de la Reserva Indio Maíz, exigiendo una respuesta firme para controlar las llamas.

Ese día 12, la protesta virtual se canalizó a espacios públicos y decenas de jóvenes se convocaron a una marcha en la capital. Era un grupo pequeño, reducido, apenas para hacer ruido, pero la respuesta del gobierno fue brutal: decenas de antimotines llegaron a reprimir y dispersar a las personas que se manifestaban. La protesta callejera no volvió, pero en redes la llama tampoco se apagó.

La respuesta oficial para controlar el incendio, incluso para informar la magnitud de la catástrofe, fue tardía y la alcanzó –una semana después– otro acontecimiento que terminó haciendo fluir la rabia masivamente: una reforma al Seguro Social nicaragüense que golpearía brutalmente a las personas pensionadas, a las empresas y a los contribuyentes en general.

El día cero fue el 18 de abril. Se anunció una marcha en Managua para protestar contra la agresiva reforma. Aunque en otros lados del país –León, por ejemplo– se inició desde temprano la protesta callejera, fue la marcha de Managua la que generó mayor expectativa. Sus organizadores, jóvenes autoconvocados, no dijeron el lugar donde sería el piquete sino hasta media hora antes de la cita. Esto como experiencia por lo que pasó con la protesta por el incendio en la Reserva Indio Maíz y por manifestaciones anteriores, cuyos sitios fueron tomados previamente por policías y contramanifestantes.

Las redes sociales fueron generando expectativa el día previo y ese mismo 18 y por ahí se fueron dando las instrucciones para la protesta presencial, cuya sede finalmente fue Camino de Oriente. Como era de esperarse, esta protesta también fue reprimida brutalmente por la fuerzas estatales y paraestatales: policías y grupos de choque oficialistas.

Pero en esta ocasión los acontecimientos estuvieron marcados por la narración en tiempo real de lo que estaba ocurriendo, tanto por parte de las personas asistentes a la manifestación como las personas expectantes. Y es que los organizadores pidieron que en caso de que una persona no pudiera asistir, que usara las etiquetas #OcupaINSS y #SOSINSS para amplificar la situación en otros espacios.

Elvira era una joven estudiante de la Universidad Politécnica (Upoli), hoy centro de estudios controlado por la dictadura y renombrado Universidad Nacional Politécnica (UPN). Ese día no pudo asistir a la manifestación convocada en Camino de Oriente pero sus compañeros de clase la designaron para monitorear lo que pasaba y avisarles alguna emergencia en caso de que fuera necesario. Fue así como vio, por medio de un en vivo en Instagram, cómo le robaron el celular a una de las jóvenes que estaba en Camino de Oriente mientras ella transmitía la situación.

Lo que estaba ocurriendo en Camino de Oriente se supo rápidamente y se denunció en tiempo real: heridos, presencia policial, grupos de choque, daños en los locales comerciales, etc. Las redes sociales fueron el vehículo principal de comunicación y coordinación, ya que por la noche y mientras se seguían reportando personas heridas, fue por medio de ellas que se activaron grupos de respuesta rápida autoconvocada.

Búsquedas rápidas en la red social X, antes llamada Twitter, con las etiquetas SOSNica, SOSINSS y OcupaINSS arrojan resultados que traen a la memoria colectiva los acontecimientos durante ese 18 de abril y los días posteriores, cuando las protestas, tomas de universidades, tranques en carreteras del país, etc. estaban a todo lo que da.

Se leen, por ejemplo, denuncias de muertos, desaparecidos, convocatorias para tumbar los mal llamados árboles de la vida –las latas erigidas a lo largo de la capital–, recolectas para apoyar a víctimas de la represión, entre otras.

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Redes virtuales y el aporte a la memoria histórica


La universitaria recuerda que con su grupo de amigos decidieron esa noche del 18 de abril crear una cuenta, manejada colectivamente, para gestionar formas de protesta desde su universidad. Fue así como los días posteriores solicitaron ayuda de víveres y artículos de primeros auxilios para las personas que se tomaron el campus de la Upoli como otra forma de protesta.

Como este grupo de jóvenes, cientos de nicaragüenses usaron las redes sociales para movilizarse ante la represión ordenada por el Estado, coordinar y gestionar ayuda donde más se necesitaba. 

Pero esto no es algo nuevo. Las manifestaciones en diferentes puntos del planeta han estado marcadas, al menos en la última década, por la masividad y la interconexión que generan las redes sociales. Por medio de estas el mundo ha conocido y ha sido espectador de primera mano de la represión a las protestas callejeras en Hong Kong, de los cientos de heridos oculares en Chile, de la primera revuelta callejera en Cuba en años, del derrocamiento de un presidente de Guatemala. La lista continúa.

Está documentado que en situaciones de conflictos armados y otras crisis, “las personas utilizan las redes sociales y las plataformas de mensajería para documentar abusos de derechos humanos o crímenes de guerra, acceder a información, movilizarse para la acción y obtener asistencia humanitaria de forma colectiva”, de acuerdo con un artículo de la organización Access Now, que aboga y defiende los derechos digitales.

Por las redes sociales fue que se conoció de primera mano lo que sucedía en las calles de Nicaragua, en ellas quedaron plasmados el luto y la muerte, como fue el caso del periodista Ángel Gahona, quien transmitía en vivo por Facebook una protesta en su ciudad, Bluefields, cuando en plena transmisión fue asesinado. En este caso no tuvieron que pasar ni siquiera minutos para conocer la muerte del comunicador.

Todo lo que se registró en las redes sociales fue examinado y utilizado como prueba documental por las personas investigadoras del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), quienes examinaron un gran número de documentos, incluyendo videos, fotografías y artículos periodísticos y material de los medios y redes sociales, “muchos de los cuales fueron registrados por la ciudadanía participante en las protestas”, según el informe que publicaron con los hallazgos.

Solo en material audiovisual, el GIEI revisó más de 10 mil archivos y tres millones de tweets en un período comprendido entre el 6 de marzo y el 10 de junio. Es decir, cada persona que reportó o denunció algún hecho represivo fue parte de la colectividad para construir el informe más completo hasta ahora hecho de los primeros meses de feroz y brutal represión. “Las redes sociales sí fueron claves en mantener a la población informada de los sucesos en Nicaragua, en permitir la participación de la ciudadanía en el discurso público y en la comunicación hacia el exterior de lo acontecido”, dijo el grupo de investigadores.

Fue por medio de las redes sociales que en Nicaragua se fue construyendo la memoria colectiva de lo que ocurrió a partir de abril de 2018. El país, bajo la dictadura que lo gobierna, ha ido perdiendo espacios de memoria: hemerotecas enteras han quedado en manos del régimen, centros de pensamiento e instituciones académicas han sido tomadas por fuerzas policiales sin conocerse el destino de los documentos históricos que en ellos se resguardaban. Todo esto impide acceder a la información de memoria histórica en el país.

Pero mientras esto pasa, las redes sociales –bajo el anonimato y la facilidad de acceso– permiten que en colectivo se siga denunciando y resistiendo a los embates represivos del régimen, construyendo en tiempo real la memoria histórica del país en tiempos de dictadura.

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