Las madres no quieren flores, exigen justicia
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La celebración del 30 de mayo nunca volvió a ser la misma después de aquel desgarrador 2018, esos recuerdos de rabia y dolor tienen marcos de tiempo y espacio, ese espacio, especialmente ese espacio urbano es el que quisimos volver a recorrer desde La Digna Rabia con esta cartografía a través de la mirada periodística de Franklin. ¿En cuáles espacios de la ciudad se derramó sangre? ¿Qué espacios de Managua, Chinandega, Masaya y Estelí hoy nos recuerdan la impunidad de la dictadura? En esta cartografía del 30 de mayo recorremos algunos de los símbolos del espacio urbano que quedaron marcados desde 2018.
Managua
A las dictaduras les encantan construir estadios. Los alzan y en poco tiempo se convierten en el símbolo de su régimen. Cuando Daniel Ortega inauguró el Estadio Nacional “Dennis Martínez”, el 20 de octubre de 2017, se convirtió en una noticia nacional. Se trata de un coloso de primer nivel, con iluminación y butacas de estándares internacionales. Está ubicado en la frontera invisible que divide a la vieja y a la nueva Managua, esa línea imaginaria de una ciudad que no termina de dibujarse. Dentro de él caben quince mil espectadores y cuenta con las certificaciones de la MLB (Major League Baseball, por sus siglas en inglés). Es decir, presta las condiciones de estadio de béisbol a nivel profesional.
El nuevo “Dennis Martínez” fue erigido como reemplazo de un desvencijado estadio que antes llevaba el mismo nombre y estaba ubicado en el corazón de la antigua Managua. El viejo campo fue construido bajo la dictadura de Anastasio Somoza García, en la década de los 40. Cuando el patriarca de la dinastía murió asesinado, su hijo, Luis Somoza Debayle, lo nombró “Estadio General Somoza”. Con el de la Revolución fue rebautizado “Rigoberto López Pérez”. Luego, “Dennis Martínez”. Y como en Nicaragua es relativamente fácil cambiarle nombre a todo cada década, hoy se llama “Stanley Cayasso”.
Los estadios en Nicaragua han sido testigos de grandes eventos. No solo deportivos, sino políticos. A las afueras del “Stanley Cayasso”, todo un pueblo enardecido botó la estatua
ecuestre de Somoza el 17 de julio de 1979, en un acto que marcó el fin de una dinastía familiar en el corazón de Centroamérica.
El nuevo Dennis Martínez, renombrado hoy como “Soberanía”, pasaría indiferente como un monumento más del poder de no ser porque fue el epicentro del horror el 30 de mayo de 2018. Otro coloso, de otra dictadura, sirvió de telón de uno de los días más represivos de la última década en Nicaragua.
Por ello, cuando Mariana escuchó ese día que los disparos salieron del estadio, y quienes accionaron las armas eran francotiradores con una vista privilegiada, se asustó mucho.
Ella se unió a la marcha que la Asociación Madres de Abril y movimientos estudiantiles convocaron para el 30 de mayo en la rotonda Jean Paul Genie. En aquellos días el punto de partida era una especie de memorial y, a la vez, un espacio de constante disputa. La Jean Paul Genie era un lienzo en el cual se podía hacer memoria.
Con la llegada de Ortega al poder en 2007, la administración decidió colocar sus propias estructuras. Primero, la comuna bajo órdenes de Rosario Murillo —vicepresidenta, primera dama y una de las ideólogas de la estética urbana de la capital—, ordenó la colocación la Plaza de las Victorias de un poste gigante al que enlazaron cadenas de luces de múltiples colores, formando un árbol navideño hueco. Luego, se erigieron los “árboles de la vida”: enormes estructuras de metal, repletas de luces que sumían las noches capitalinas en un ensueño kitsch.
partir del 18 de abril de 2018 las estructuras del poder empezaron a caer, con el mismo ímpetu con el que la población botó las de Somoza hace más de 40 años. El árbol de la Jean Paul Genie fue uno de ellos, dando paso a un memorial de víctimas. Los manifestantes colocaron cruces de madera o de metal, en las que amarraban tiras de tela con los colores de la bandera de Nicaragua o con los nombres de las personas asesinadas por la represión gubernamental desde abril de 2018. Estos símbolos de luto no duraban mucho. Funcionarios de la alcaldía de Managua los quitaban al día siguiente, dejando la rotonda nuevamente vacía, hasta que posteriormente volvían a erigirse.
La Jean Paul Genie es uno de los pocos puntos de referencia en Managua que no tiene el nombre de un guerrillero caído en los setentas, o de un símbolo religioso que marcó la década de los noventa. Está dedicada a un joven civil de 16 años que el 28 de octubre de 1990 fue asesinado a balazos por un convoy militar que escoltaba al general Humberto Ortega, jefe del Ejército Nacional por entonces. Genie manejaba un Mitsubishi Lancer cuando la caravana pensó que se trataba de una amenaza para Ortega. Tres de los 57 disparos de fusiles AK-47 atravesaron su cuerpo, provocando que se estrellara contra un árbol.
La rotonda sirvió de punto inicial de un sinnúmero de manifestaciones que se llevaron a cabo entre abril y mayo de 2018. No se sabe qué tanto influyó la historia que originó su nombre y que representa uno de los tantos casos que han quedado en la impunidad. O si se tomó como partida de las convocatorias debido a la centralidad que ha adquirido dicha zona ubicada en los márgenes originales de la capital. Cualquiera que sea la razón, Mariana, de 24 años, cuyo nombre no es ese porque solicitó que se omitiera por seguridad, llegó unas dos horas antes del inicio de la convocatoria ese 30 de mayo con un grupo de amigas.
La noche anterior se desvelaron haciendo flores de papel y carteles en solidaridad con las madres que hasta entonces habían perdido a sus hijos tras la violencia gubernamental. Uno de los mensajes en las cartulinas decía: “las madres no quieren flores, exigen justicia”. Y es que esa fecha es el Día de la Madre en Nicaragua, una celebración en la que se acostumbra comprar flores, pasteles, o salir a cenar con las madres y las abuelas. Sin embargo, ese año las flores eran un símbolo de alegrías pasadas. La represión con la que Ortega y Murillo intentaron aplacar las protestas sumía al país en el caos.
Al llegar, Maríana vio a muchas mamás con bebés en brazos, otras embarazadas, que se manifestaron en su día por esas otras madres con hijos asesinados. “Era un contraste que da, ahora que lo recuerdo, bastante nostalgia. Eran mujeres que podían interpretar de cierta manera el dolor que estaban pasando”, dice desde Managua.
La Carretera a Masaya comenzó a llenarse de personas que portaban banderas de Nicaragua. Muchos llegaron vestidos de negro, como símbolo de luto. Algunos hacían sonar pitos y vuvuzelas, que inmediatamente eran callados por otros que decían que era una marcha de silencio y respeto hacia las madres, una marcha sin una única voz, como fueron las protestas, como son las memorias.
A lo lejos, al paisaje sonoro se sumaba el trompetazo de unos filarmónicos. Era una marcha fúnebre, de esas que suelen oírse solo en Semana Santa. Luto, dolor, rabia, silencio. Sonidos de los que se compone la historia. La calle empezó a llenarse y la gente avanzaba a paso lento por la carretera. Unos ocho carriles de asfalto vaciados de carros y llenos de personas. No era una calle cualquiera, era la avenida del nuevo centro económico y comercial que crecía sin control en una ciudad de por sí caótica.
Managua fue presa de fronteras invisibles. Un muro imaginario dividió la ciudad en dos. En el norte, el casco antiguo, Ortega y Murillo se propusieron mostrar su fuerza perfilada a punta de violencia. Los mandatarios sandinistas convocaron a una enorme manifestación en la Avenida Bolívar a Chávez —antes Avenida Roosevelt—, a la sombra de un inmenso monumento del rostro de Hugo Chávez. El partido convocó a simpatizantes y obligó a funcionarios estatales a ir. El lugar se llenó de banderas rojinegras, las del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Paramilitares y policías se preparaban de ese lado para atacar el sur de la ciudad.
En el sur, del otro lado de la frontera invisible, un grupo de jóvenes subía encima del monumento a Alexis Arguello -un símbolo extraño y muy criticado en el que se ubica una diminuta plaza-. La figura del boxeador se alza triunfante, con los brazos envueltos por guantes de boxeo viendo hacia el cielo. Un pueblo lo alza. En los guantes de Alexis alguien colocó una bandera de Nicaragua. Era extraño el ambiente: sensaciones de tristeza se mezclaban con un leve triunfo. Era la marcha más grande que se había convocado hasta entonces, ha sido la marcha cívica más grande de la historia reciente de Nicaragua. Muchos la apodaron “la madre de todas las marchas”.
Mariana seguía caminando y de pronto el ambiente empezó a cambiar. Gritos, llantos, personas hablando por teléfono, disparos, muchos disparos, balas rompiendo el aire. Un sonido cargado de una textura que jamás se olvidaría. Pasaban tantas cosas que el recuerdo se volvió borroso. No se es uno mismo, de manera consciente, cuando se está en una situación. Es un yo que surge de lo más instintivo, de la necesidad de sobrevivir. “Yo creo que esa fue una de las primeras veces que sentí que mi vida estaba en riesgo”, dice.
A las 4:00 de la tarde del 30 de mayo, la Avenida Universitaria Casimiro Sotelo estaba repleta de manifestantes. Como muchas cosas en Nicaragua después de la Revolución, ese trozo de asfalto lleva el nombre de un dirigente estudiantil que llevó el mensaje revolucionario a la Universidad Centroamericana en los sesentas. Por ello fue asesinado el 4 de noviembre de 1967, a manos de la Guardia Nacional de los Somoza.
En ese lugar murieron ocho personas el 30 de mayo, según el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). La mayoría eran jóvenes más o menos de la misma edad que Casimiro. Semanas anteriores, en el busto de Casimiro que está en una de las entradas de la Universidad Centroamericana, alguien colocó un retrato de Álvaro Conrado Dávila, el joven universitario que fue asesinado el 20 de abril de 2018 en los alrededores de la Catedral Metropolitana, luego de ir a dejar agua para los estudiantes que se manifestaron durante esa jornada. Ambos retratos recuerdan que la violencia desmedida que producen las dictaduras trascienden el tiempo y los actores. El hoy siempre tiene un poco del ayer que se creyó —equivocadamente— haberlo enterrado.
El GIEI ubicó el epicentro de la represión en Managua en la zona del Estadio “Nacional Dennis Martínez” y la Avenida Casimiro Sotelo, entre la Universidad Centroamericana y la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Cuando iniciaron los disparos, un grupo de jóvenes levantó barricadas frente al portón principal de la UNI. Según el registro elaborado por el GIEI, de la zona del estadio salieron policías uniformados y civiles que abrieron fuego contra las barricadas.
En Managua murieron Orlando Aguirre Córdoba, de 15 años; Maycol González Hernández, 34 años; Francisco Reyes Zapata, 34 años; Jonathan Morazán Meza, 21 años; Daniel Reyes Rivera, 25 años; Edgar Guevara Portobanco, 38 años; Kevin Coffin Reyes, 22 años; y Heriberto Pérez Díaz, 25 años.
Masaya y Chinandega
La marcha se replicó en otros puntos del país, como Masaya y Chinandega, departamentos en los que se reportaron heridos y asesinados. Para entonces, centenares de tranques y barricadas mantenían paralizado el país. La gestión surgió como una especie de autodefensa. Jóvenes y adultos de los barrios levantaron barreras de adoquines, llantas o cualquier material que les sirviera de contención con el fin de evitar que policías o paramilitares reprimieran los territorios.
La defensa de Masaya se mantuvo, a pesar de las convocatorias. A los alrededores del Parque Central de la Ciudad, las barricadas estuvieron vigiladas por la población. Sin embargo, posterior al ataque de la marcha en Managua se registraron agresiones de las fuerzas del régimen en diversos puntos de esa ciudad.
Los ataques se intensificaron a eso de las 8:00 de la noche, según reportó el GIEI. Alrededor de las 9:30 fue asesinado Carlos Manuel Díaz Vázquez, un obrero de 28 años originario del barrio Monimbó. Carlos, al enterarse de los ataques en el Parque Central, se trasladó con el fin de apoyar a las personas que estaban ahí. La ofensiva fue violenta. Llevaba siendo así desde el inicio de las protestas, pues Masaya, y en especial el barrio de Monimbó -bastión histórico de la Revolución-, se sublevó contra el régimen.
Monimbó tiene una historia de resistencia que data desde los tiempos coloniales. Sin embargo, tuvo un papel estelar en la insurrección contra Somoza en 1978. A través de máscaras, bombas artesanales y fabricación de morteros los monimboseños se enfrentaron a la Guardia Nacional y, en 2018, al régimen de Ortega y Murillo.
Sin embargo, en esta ocasión el uso de la fuerza era desproporcionado. Muchos masayas solo contaban con morteros, como mucho. Algunos con piedras o huleras. El régimen tenía la mayoría de las armas. Así que esa noche, quienes defendían el tranque tuvieron que retirarse. A las 10:30 de la noche, Carlos circulaba por las instalaciones del Ministerio Público cuando fue herido por un arma de fuego en la parte superior derecha del tórax. Los manifestantes lo trasladaron hacia la Placita de Monimbó, un recorrido que de poco más de un kilómetro, donde estaba ubicado un puesto médico. Carlos falleció poco después.
En Chinandega la jornada dejó tres víctimas. Cuando la manifestación pasaba por la Alcaldía Municipal del departamento, un grupo de simpatizantes que estaban apostados en las instalaciones abrieron fuego contra los manifestantes. Rudy Hernández Almendárez, de 34 años, falleció a las 11:40 de la noche por heridas provocadas por múltiples charneles en el tórax. Según los medios, su cuerpo presentaba heridas de perdigones de escopeta.
Entre los fallecidos también está Marvin Melendez Núñez, de 49 años. De acuerdo a la información del GIEI, Marivin era militante sandinista y empleado municipal. La circunstancias de su muerte no están esclarecidas, debido a que solo se cuenta con la versión policial. Juan Zepeda Ortiz, de 18 años, también fue otro de los fallecidos. Los familiares dijeron que fue herido en la Clínica AMOCSA, a unos 850 metros del Parque Central de Chinandega, a las 10:30 de la noche, fue arrastrado y golpeado por policiales. Ese día, Juan salió de su casa como a las 7:00 de la noche. Luego, regresó y volvió a salir. En esa segunda vez fue que lo asesinan.
Estelí
Días como estos suelen ser difíciles para Francisca Machado. Cada tanto, en el Parque Central de Estelí hay ferias, música alta, concursos, bailes, conciertos y concursos. Francisca mira todo eso con una distancia que solo el dolor puede imponer. Ahí, en ese lugar fue asesinado su hijo Franco Valdivia Machado, el 20 de abril de 2018.
Por ello no dudó un segundo en asistir a la marcha del Día de la Madre, que tenía como objetivo cerrar el acto en ese lugar. Francisca pasó por semanas infernales. Lloraba la muerte de su hijo y agotó todas las instancias legales que le permitieron las leyes de Nicaragua, un país cuya justicia es de papel. Incluso con eso a cuesta, se dijo a ella misma que asistir a esa marcha era una forma de honrar la memoria de su hijo, quien no dudó ese 20 de abril en salir a las calles a manifestarse.
Acepté participar en dicha marcha porque era un día de luto para mí, porque era un 30 de mayo que no tenía nada que celebrar. Nada era igual, habían asesinado a mi hijo”
dice Francisca Machado con suavidad
Así que ese día las personas empezaron a convocarse en el Colegio Nuestra Señora del Rosario, dirigido por un grupo de religiosas. En la ciudad muchos le llaman simplemente como “el colegio de las monjas”. Francisca sintió que todo el departamento estaba con ella. El plan era ir al Parque Central y hacer una pequeña protesta en la Alcaldía, a los alrededores del parque. Ese lugar era un punto importante, porque allí fue donde mataron a Franco y a Orlando Pérez Corrales el 20 de abril.
Pero los espacios de memoria también son espacios de disputa. Quien los tome, tiene un poder en la narrativa. El régimen sandinista no se dejaría arrebatar ese punto que para los manifestantes significaba mucho. Desde temprano, los simpatizantes y militantes del partido realizaron un evento que buscaba replicar la convocatoria de la capital. Con ese panorama, Francisca y todos los manifestantes decidieron cambiar el rumbo y cerrar la marcha en la Plaza Domingo Gadea, a pocos metros del Estadio Independencia. Domingo Gadea fue uno de los guerrilleros que participó en “la gente heroica de abril” de 1979.
“Anteriormente esa plaza la utilizaban cuando venía Daniel Ortega aquí a hacer sus presentaciones. Hace poco hicieron la acondicionaron bien, que es donde está ubicada la biblioteca Samuel Mesa. Hay un auditorio y una estatua de Sandino, y otras”, recuerda Francisca.
Ella y toda la población quería ir al punto en el que asesinaron a su hijo, pero no se pudo. “Ellos buscaron la manera de que no estuviéramos en los lugares claves después de lo que pasó el 20 de abril”, rememora. Se sentía molesta, pero a la vez con algo de satisfacción. A media cuadra de la plaza la marcha fue atacada por policías y fuerzas de choque afines al partido. El estudiante Cruz Alberto Obregón López, de 23 años, recibió un disparo en ese lugar. De inmediato lo trasladaron en motocicleta a un puesto de la Cruz Roja y luego al Hospital Adventista, donde falleció a las 08:20 de la noche. De acuerdo al dictamen, murió por distintas heridas en el tórax.
Otra de las víctimas durante esa jornada fue Dodanim Jared Castilblanco Blandón. Él y un grupo de manifestantes pasaban frente a la Dirección General de Ingresos de Estelí cuando fueron interceptados por un grupo de choque del régimen. Alrededor de la 5 de la tarde recibió un disparo de rifle calibre 22, según relató su familia.
“En el parque han hecho monumentos y han tratado de que las personas vayan olvidando todo por medio de celebraciones, de remodelaciones, de hacer que las personas no recuerden y mantener actividades siempre ahí. Han buscado tratar de distraer o de borrar todo lo que pasó el 20 de abril”, manifiesta Francisca.