Más de 600 mil personas han migrado de manera forzada en Nicaragua desde 2018, personas de todo tipo que han visto su vida truncada. Pero cuando crees que tu vida ya está establecida y te toca migrar, se dice que el exilio duele el doble. Desde La Digna Rabia invitamos a Margot a narrar la historia de tres mujeres adultas mayores que están reconstruyendo su vida en el exilio, estas historias hablan de cómo viven desde la nostalgia pero también desde la fortaleza de mantener a sus familias unidas y seguras, mientras desde el exilio siguen cuidando a sus seres queridos en Nicaragua.
Vocaciones inevitables
Durante cuatro o cinco años Margot había vivido casi encerrada. Con su computadora como cómplice colaboraba en varios espacios de defensoría de derechos humanos y denuncias contra la dictadura, además de llevar una vida muy activa como dirigente de su partido, un partido perseguido por el gobierno. Pero a la vista de los vecinos era solo una señora mayor poco amistosa, que vivía con sus gatos y sus perros, cuidando a su madre enferma.
Casi no salía, solo al supermercado. No se dejaba ver mucho. Solo la visitaban sus hijos. Pero su vida era intensa en la computadora y el resto del tiempo atendía a su madre con un alzhéimer muy avanzado. Siempre estaba pendiente del teléfono, las 24 horas del día lo tenía encendido y al lado por si ocurría alguna agresión a un activista, que había que denunciar.
Por seguridad se movió de casa varias veces. Contrató un VPN, encriptó su computadora y su teléfono. Estaba lista ante cualquier eventualidad. Pero temía que llegara ese día. ¿Qué pasaría con su mamá? Ella era su única preocupación. Una mujer adulta en condición de bebé que dependía solo de ella. Pero siempre tuvo fe en que no pasaría nada, en que tal vez había misericordia en el campo astral y ella no sería separada de su mamá y podría seguir cuidándola y dándole la mejor calidad de vida posible.
Las activistas de derechos humanos lo dan todo. Pero siempre hay un sentimiento de culpa por las personas cercanas que inevitablemente son afectadas por las consecuencias de su entrega. Es una cruz. Un camino que no saben dónde las llevará. Un compromiso de entrega sin nada a cambio. Una pasión. Un nudo eterno en la garganta. Las lágrimas que inundan los ojos cuando menos lo esperan.
El dolor de lastimar a los que más aman por seguir su vocación libertaria, porque es lo inevitable. Todos pagarán la factura.
Hay vocaciones inevitables que te arrastran fuera de la comodidad de tu vida y te dejas llevar sin que quieras ver para atrás o para los lados. Sin dudas. Es irrevocable. No hay arrepentimiento. No le temes a nada y estás dispuesta a dar de vos misma lo que sea necesario. Porque sabes que lo que hacés, lo vale.
Pero además, conocés a gente que siente como vos, a quienes admirás y con quienes llegás a sentirte muy unida. Y ellos llegan a ser parte de una nueva familia, una familia incondicional. Arriesgás tu libertad por protegerlos y lo hacés con gusto. Porque salvarlos a ellos es asegurar que todo lo que has hecho dará frutos.
Y llega el día que todo se quiebra. Un día te avisan que andan preguntando por vos. Te das cuenta de que cada minuto es importante y que debes irte de tu mundo seguro. Salir de tu cápsula. Dejarlo todo. No hay tiempo para pensar en nada. Todo se está derrumbando a tu alrededor. Debes darte prisa.
Cuando te alcanza la furia del dictador, tenés solo una oportunidad para escapar. Te vas con lo mínimo, cargas tu computadora y tu teléfono, que son lo más importante. Luego ves qué más alcanza en la mochila. Muchas veces metes cosas que no necesitas porque están a mano y porque estás en una situación irreal que no te deja pensar bien. Y te dejas llevar por las manos amigas. Te entregas a los brazos de una red de apoyo que te conduce y a la que obedeces sin hacer preguntas, con confianza ciega. Huís y dejás atrás tu vida. Tus mascotas, tu familia. ¿Qué será de ellos? Te preguntas mientras tu corazón se rompe.
Sales al exilio con la angustia de ver cómo la vida que conoces queda en el pasado, sabiendo que toda la familia cercana queda expuesta a las garras de un régimen vengativo.
Y a Margot le llegó el día. Temprano le avisaron que iban por ella. Se fue pensando que pronto podría volver. Dejó a su madre a manos de un familiar, prometiendo no abandonarlos. Más preocupada por su madre que por ella misma salió de su casa, de su ciudad, de su país en una noche lluviosa. Poco después llegó la seguridad del Estado a su casa y no la encontraron. Se les había escapado.
Vengativos se llevaron detenido al familiar que ella había dejado cuidando a su mamá. No fue una detención temporal. Se lo llevaron y lo tuvieron varios días bajo interrogatorio, le pegaron salvajemente hasta que el joven perdió el conocimiento. Querían saber dónde estaba ella. Luego lo llevaron al Chipote y lo juzgaron en lugar de ella. Margot, con orden de captura y su familiar preso, estaba exiliada en otro país con grandes aflicciones. Sus hijos también se fueron al exilio porque los estaban buscando para tomarlos como rehenes. Iban tras ella cayera quien cayera.
Nadie se quería acercar a su casa, porque estaba vigilada y lo estuvo por varios meses. Nadie. La trabajadora que acompañaba a su mamá renunció porque tenía miedo. Con muchas dificultades la familia logró conseguir que alguien que había estado cuidando un tiempo atrás a la anciana enferma, regresara y, aunque a un costo económico muy alto, se hiciera cargo de cuidarla día y noche.
Su madre, de 90 años, sintió la ausencia de Margot a pesar del Alzheimer. Decía su nombre y la buscaba con la mirada. Se fue poniendo cada vez más triste y luego se fue adelgazando. Cuando la policía llegó a su casa, se llevaron el viejo aparato donde ella escuchaba música relajante mientras dormía.
Ya no es la misma viejita sonriente, ahora las fotos que le toman muestran a una anciana decaída y desmejorada. No le falta nada, Margot deja de comer para mandarle todo lo que necesite, pero le falta el cariño y la atención de su hija, la seguridad que te da el cuidado de alguien que te ama.
El exilio duele. Pero el exilio de una madre, de una hija, duele el doble. Porque no estás ahí, con quien te necesita, con la persona a la que cuidas.
Margot está en el exilio con ingresos ocasionales con los que tal vez podría vivir si no tuviera que enviar dinero mensualmente a su madre. Ella continúa con su vocación libertaria pero ahora su corazón lo siente apretado. El dolor causado a su familia es una carga pesada. Ya tiene 64 años y es una extranjera en el país donde está. Una jubilada exiliada y sin pensión, con miedo al futuro, que se quiebra de vez en cuando y entra en depresión, pero que está firme en su sed de justicia y en su activismo.
Margot se pregunta cuándo podrá volver a su amada Nicaragua. Cuando podrá ver a su madre. No quiere morir en otro país. Quiere vivir y morir en su Patria amada. Sentir sus olores, su bullicio, la generosidad y dulzura de su gente, comer sus frutos.
El país donde vive es precioso, con un clima privilegiado, pero no es su país, no es su gente. Los sabores son diferentes. La forma de hablar es extraña. Siente que está de paso, pero la tortura no saber por cuánto tiempo. La sostiene la esperanza de que pronto podrá volver. Y aunque todos le dicen que no, que pasará algún tiempo para que eso suceda, ella siente que será pronto y esa sensación la hace fuerte, optimista, constructiva.
Camina sonriendo, porque perder la sonrisa sería perder la batalla y darle un enorme triunfo al dictador. Porque mientras pueda sonreír tendrá su dignidad y sus ganas de luchar intactas. Mientras pueda sonreír no será vencida.
Cada día que pasa es un día menos en el exilio. Un día más cerca de volver a su patria. Un día más cerca de tener justicia y reparación para todas las víctimas, para que todo haya valido la pena.
***
Inocente
Rosaura era muy apreciada por sus superiores. Una mujer eficiente y de buen carácter. Trabajaba en un medio de comunicación independiente y lo hacía sin miedo. Tenía a varias personas bajo su responsabilidad y era muy respetada por sus subordinados. Pero ella no se metía en política. Sólo hacía su trabajo administrativo y lo hacía bien.
Al final de la tarde, poco después de regresar a casa, recibió una llamada que le dio vuelta a su mundo.
Le avisaron que uno de sus subordinados había sido detenido mientras hacía su trabajo periodístico y no había duda de que iban por ella por ser su jefa inmediata. Que se fuera de su casa ya mismo y se escondiera. Se movió rápido, tomó una mochila y la llenó con lo que pudo. Se fue a esconder a otro sitio sin saber qué seguía.
Esa noche llegó la policía a su casa a detenerla y la buscaron por toda la casa, asustando a los niños y a su madre. Su esposo sabía que regresarían por él y se organizó para salir con sus hijos en la oscuridad de la madrugada, rezando para que nadie estuviera acechando y pudieran salir sin problemas.
Salieron a tiempo. La policía regresó al día siguiente para llevarse a su esposo, pero no lo encontraron. En ese momento ya ellos habían emprendido el viaje al exilio en un viaje con muchas dificultades, dirigiéndose a un país que no conocían, como también lo estaban haciendo la mayor parte de sus compañeros de trabajo. Se sentían confundidos y sin la menor idea de cómo harían para poder dar seguridad a sus hijos. Cómo harían para alimentarlos y darles un techo, educación, seguridad.
Ella sintió cómo su vida se quebraba, cómo el piso se hundía bajo sus pies y su vida se iba al carajo. No entendía por qué le sucedía esto, por qué la buscaban a ella. Pero había que seguir hacia adelante. Luego intentaría entender lo que estaba pasando. Atrás quedaron su casa y el vehículo que había logrado comprar con muchos sacrificios. Pero también quedó su madre. Una señora muy adulta que era muy apegada a ella y con la que vivía.
Rosaura se mantuvo positiva y con la mente alerta. Con su esposo y sus hijos durmieron unos días aquí, otros días acá. A pesar de sentir que todo lo que le estaba pasando era absurdo, comenzó a pensar como madre y buscó estabilidad para sus hijos. Logró cruzar a su perrito por veredas, consiguió una ayuda económica por pocos meses y alquiló un apartamento donde intentó recrear su hogar en el exilio.
Luego pasó lo inevitable. En Nicaragua su madre sufrió una caída y se fracturó la cadera. En su crisis de salud su madre reclamaba su presencia. Rosaura hablaba por teléfono diario con ella y luego quedaba loca de dolor. Desde el exilio movió contactos y familiares para ayudar a su mamá.
Pronto se vieron señales del inicio del Alzheimer en su madre, precipitado por la ausencia de su hija y los dolores emocionales y físicos que sentía. La señora no hacía caso de las indicaciones médicas, imaginaba que estaba en otro sitio, desconocía a los que la acompañaban y se ponía agresiva. Y, aun así, había que operarla de la cadera, con el reto de no saber cómo hacer para que ella no se lastimara a sí misma después de la cirugía.
Mientras tanto, Rosaura inscribió en el colegio público a sus dos hijos. Uno de ellos sufrió burlas por ser nicaragüense de piel oscura y requirió de acompañamiento psicológico.
La cirugía de su madre fue exitosa y el proceso de recuperación tuvo sus altas y sus bajas, consciente todo el tiempo Rosaura de que su madre la culpaba por no estar ahí con ella.
Poco a poco Rosaura fue estableciendo una vida normal para sus hijos. Tomó cursos y se hizo microempresaria. Inició un pequeño negocio que le dio mayor estabilidad económica pero también la alegría de sentir que estaba haciendo algo que le gustaba y que le abría otros caminos. De alquilar un apartamento, pasaron a alquilar una casa sencilla y a sentir la ilusión de ser una familia con estabilidad en su vida, a pesar del exilio y de haber comenzado otra vez desde cero.
Las mujeres fuertes siempre están al frente de los problemas, solucionando y dando tranquilidad a los demás. Pero el corazón de Rosaura tiembla cada día al pensar en su madre, en el sufrimiento de no poder estar a su lado. En los retos de ser exiliada, en poner comida en la mesa tres veces al día, en tener una vida normal. Ella padece de fuertes dolores de cabeza, consecuencia de la carga emocional y física a la que está sometida.
Las mujeres en el exilio siempre están pensando en los demás y son fuertes para ellos…pero en la oscuridad de la noche, las lágrimas ruedan a escondidas cuando se quitan la coraza y dejan aflorar su fragilidad.
A ellas les toca inspirar a los demás, verse fuertes, ver hacia el futuro. Construir un futuro.
***
No pudo volver
Se acercaba Semana Santa y estaba loca por irse de vacaciones. Tatiana casi llegaba a los 70 años, pero estaba llena de vida, guapísima, colochos al aire, productiva, independiente. Le hacía ilusión pasar unos días fuera de Nicaragua, cambiar de ambiente, irse a la playa y olvidarse de todo.
Tal y como lo había planeado, se fue al aeropuerto con su maleta llena de shorts, camisetas y trajes de baño. Tomó un avión y aterrizó en ese país donde hacía un clima divino, donde podría descansar del agobiante calor de Nicaragua. De inmediato se trasladó a la playa y se instaló en un hotel.
Se encontró ahí con familiares y amigos, y se divirtió muchísimo durante toda la semana.
Pasó la Semana Santa y llegó el momento de volver a Nicaragua. De volver al trabajo. Se despidió de los amigos, parientes y nuevos amigos y se fue al aeropuerto feliz de regresar.
No esperaba eso.
Le dijeron que no podía abordar el avión. Que no podía regresar a Nicaragua. Que las autoridades nicaragüenses habían prohibido que ella abordara el avión. Se quedó pasmada. Incrédula. ¡¿Por qué ella?!
Lo primero que pensó fue en su tía, una anciana a la que ella cuidaba. Lo segundo que pensó fue en la maleta llena de camisetas, shorts, trajes de baño y nada más ¿Qué se iba a poner? Lo tercero que pensó fue en su casa, que había construido con tantos sacrificios y a la que no podría volver. Esa noche durmió en el piso de la sala de una amiga. Pasó llorando toda la noche sin entender por qué a ella le impedían volver a su país. ¿Sería porque tenía familia opositora? ¿Y qué tenía ella que ver con eso? ¿Por qué la castigaban? ¡Ella no se metía en política!
Se encontraba en un país que no era el suyo, sin ropa, sin nada. Una adulta mayor con su vida trastocada. Estaba paralizada y con pánico. Los amigos y amigas en el exilio la acuerparon. No estaba sola. Tocaba poner los pies en la tierra y rayar el cuadro.
Pocos días después ya estaba enfocada en regular su situación. Ella era mujer y siempre había sido independiente y fuerte, no se iba a dejar vencer y mucho menos por la dictadura.
Una semana después ya sabía moverse en bus. Con los ojos muy abiertos y la sonrisa fácil iba de un lugar a otro. Bulliciosa llenaba de alegría los sitios a donde iba. Cualquiera hubiera creído que no estaba quebrada del dolor.
Logró conseguir un apartamento para alquilar. Era demasiado caro, así que buscó con quién compartir el alquiler. Le recomendaron a otra exiliada también adulta mayor, se pusieron de acuerdo y alquilaron el apartamento. Ya instalada, se concentró en seguir trabajando. Había perdido la pensión, lo había perdido todo. Intentaba no llorar porque si lloraba se iba a desmoronar y no sabía si podría recomponerse.
Tatiana tiene pocos meses de ser exiliada y aún le parece mentira lo que le hicieron, siente que vive una vida irreal. Piensa todos los días en Nicaragua. La extraña cada vez que come comidas con diferente sazón, cuando siente un poco de rudeza en la gente, tan diferente a la amabilidad de la gente de su patria, cuando escucha palabras diferentes, cuando piensa en el hogar y en todo lo que le es familiar.
Es adulta mayor y ya tenía su vida planeada luego de trabajar toda su vida. Iba a envejecer en su hogar, con su perro y rodeada de los amigos de toda la vida. Ahora perdió todo eso, pero se ha jurado volver y ver libre a su patria amada, regresar a ese calor insoportable que ahora extraña tanto.
Con indignación jura que no se dará por vencida. Regresará pronto a SU país, a SU gente. ¿qué se creen esos que le prohibieron volver?