No me exilié cuando salí de Nicaragua, me exilié cuatro años atrás

Cianotipo por Alicia Henriquez
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¿Cuándo empieza el exilio? ¿Qué pasa cuando nos desarraigan forzadamente de nuestro territorio, de nuestros afectos y de nuestra vida? En esta columna de opinión la autora intenta responder estas preguntas desde su testimonio. 

 

Producto del estallido social ocurrido en Nicaragua en 2018 la represión Estatal puso el foco en contra de las personas activistas y defensoras de derechos humanos, yo fui una de esas personas, a mis 18 años tuve que irme de mi casa, fui obligada al desplazamiento forzado dentro de mi propio país para poder salvaguardar mi vida. Me permito contar parte de mi historia y de mis vivencias que hoy recuerdo con resiliencia pero que fueron experiencias muy duras y no es solamente mi historia, sino la de cientos de nicaragüenses.  

Desde 2018, lo “normal” en Nicaragua es la persecución, las detenciones y la violencia, también lo es el desplazamiento interno, como alternativa de permanecer en el país “un poquito más”, una forma de resistirnos al exilio.

La primera vez que tuve que moverme de mi casa, fue dentro de la misma ciudad, pensaba que solo tendría que irme por unas cuantas semanas y que pronto podría regresar junto a mi familia, no fue así. La operación limpieza ya había pasado por las calles de Estelí y muchos activistas y defensores de Derechos Humanos ya habían salido del país por los riesgos de una posible detención, otros habían caído en las manos del régimen y estaban en las distintas cárceles a lo largo y ancho del país. 

No me exilié cuando salí de Nicaragua, me exilié cuatro años atrás cuando tuve que abandonar mi vida, perder mis estudios, dejar mis clases de violín, olvidarme de pisar la Casa de Cultura para llegar a pintar. Tuve que perder los vínculos con mi familia y alejarme de mis amigos porque no entendían lo que me estaba pasando y tampoco podía darles una explicación, porque era difícil explicar que aunque yo no había hecho nada malo, tenía que esconderme como si fuera una delincuente.

La represión era cada vez peor, los últimos meses del 2018 habían sido un calvario, bajo constante estrés y la incertidumbre de no saber qué iba a suceder conmigo, si yo sería la siguiente, si yo también conocería las mazmorras del régimen. 

A inicios del 2019 tuve que irme de mi ciudad, me mudé a Managua para resguardar mi seguridad en otra ciudad donde no me conocieran, porque Estelí ya no era una opción viable para mí, solo sentía que cada vez más me alejaba de mi casa, de mi vida y de mis amigos. 

El primer lugar al que llegué en Managua fue un hostal en donde me quedé por una semana mientras tenía un espacio más estable, el lugar estaba bastante vacío, al parecer era de las pocas huéspedes entre esas paredes que albergaban tanto silencio. Cuando entré a mi cuarto y vi a mi alrededor, me di cuenta que estaba completamente sola, que no tenía amigos ni familia en esa nueva ciudad, al menos en ese primer momento, luego fui por algo de cenar y mientras comía me daba cuenta que no sería la primera ni la última vez en que estaría sola y no es que la soledad sea mala, no me malinterpreten, el problema es que yo no la elegí esa soledad.  

Luego, me mudé a un apartamento donde estuve por algunos meses y de esa misma manera me mudé en varias ocasiones para mantenerme segura. Mi primera compañera de cuarto se convirtió en una amiga muy querida y hasta el momento nos reímos de los momentos que pasamos mientras vivíamos juntas. Ni ella ni yo sabíamos cocinar casi nada, entre las dos no lográbamos hacer una cena decente, pero aun estábamos tratando de hacer algo por nuestro país, de cambiar las cosas y crear un futuro mejor para nosotras y para nuestra generación.  

En 2020, mi abuela enfermó, yo esperaba que se mejorara pronto porque ella era muy fuerte o solo me aferraba a la posibilidad de volver a verla, en todo ese tiempo que estuvo mal no pude estar con ella y acompañarla, aunque deseaba que fuera de esa manera. El 7 de mayo de ese año, al final de la tarde, me avisaron que mi abuela había fallecido, en los últimos dos años casi no la había visto, había hablado muy poco con ella y finalmente cuando murió yo estaba fuera de casa y lejos de mi familia, a pesar de estar en el mismo país. 

Con todo el miedo del mundo después de dos años regresé a mi casa, al menos solo para el sepelio de mi abuela, para poder despedirme. Al menos tuve la oportunidad de dormir en mi cuarto dos días y poder despedirme una última vez. Al tratarse de Nicaragua sabía que algo podía pasar, llegaron motorizados a mi casa a plena luz del día, rayaron las paredes y pegaron fotografías mías con amenazas de muerte, también regaron como si fueran volantes mis fotos con una X en la cara en todo el barrio. 

Por mi seguridad me tuve que ir nuevamente con mucha rabia e indignación porque la represión estatal y la persecución política también nos estaba quitando la oportunidad de vivir los momentos bonitos, de celebración, los cumpleaños, pero también no estaban arrebatando un último adiós, nos estaban quitando el abrazo de las personas que amamos en medio del dolor.

La dictadura no solo buscaba desarticular los espacios políticos y de la sociedad civil, también buscaban aislarnos de nuestros afectos, por cualquier medio nos ha intentado arrebatar el derecho de protestar, pero también el derecho de amar, de vivir y de soñar. Esa ha sido su especie de venganza por habernos atrevido a alzar la voz.

El estallido de la crisis no solo cambió el estatus quo de país, también a nivel individual, cambió significativamente la forma de vida y el confort de quienes tomamos la decisión de involucrarnos y poner nombre y apellido a las injusticias ocurridas en Nicaragua

El 2021 en Nicaragua estuvo lleno de muchos episodios que hasta el momento me parecen irreales, criminalización de organizaciones gubernamentales, persecución brutal en contra de medios de comunicación y el encarcelamiento de periodistas, activistas y defensores de derechos humanos. Luego del encarcelamiento de precandidatos presidenciales, la persecución política se incrementó, recapturas de personas excarceladas y aumento de la vigilancia en contra de opositores. 

En medio de ese contexto, traté de cuidarme lo más posible, sin embargo no había tregua para nadie y yo al igual que muchas personas opositoras estábamos en el radar de la dictadura. Después de junio empezaron a haber movimientos extraños cerca de la casa, las patrullas pasaban muy lento o a veces se quedaban por un momento al frente de la casa, al inicio no le quise dar importancia y pensé que solo era de rutina, estaba equivocada.

En agosto 2021, mientras se grababa un evento que trasmitiría de forma virtual la organización de la que era parte, la policía irrumpió en el local y requisaron todo el local, incluso golpearon a dos compañeros, en ese momento yo estaba en mi casa,  una hora después llegaron policías de civil. Ese día mis compañeros de casa y yo tuvimos que dormir fuera, en caso que llegaran por la noche a intentar revisar el lugar o por si pretendían detenernos, porque ya sabían exactamente donde estábamos ubicados.  

Después de que llegaron a vigilar abiertamente la casa, estábamos mucho más conscientes que estábamos en riesgo, no logramos mudarnos a otro lugar de inmediato porque no teníamos opción a donde ir. Después de esa primera visita, todos los días entre las 6:00 PM y las 7:00 PM pasaba frente a la casa una camioneta de civil que sonaba una sirena frente a la casa, era la cosa más estresante, incluso ahora estando fuera de Nicaragua si escucho un sonido similar se me revuelve el estómago y nuevamente me siento en la casa donde escuché la primera vez ese ruido. 

Unos dos meses después de la primera visita, aproximadamente a las 4 de la tarde una persona que vivía cerca me alertó que policías de civil habían estado preguntando directamente sobre quién vivía en esa casa y pidiendo información, me fui a dormir con todo el miedo del mundo porque no quería mudarme nuevamente, ya estaba cansada de pasar tantas veces por lo mismo.  

Al siguiente día tenía, a eso de las 2:00 PM tenía un contingente policial enfrente de la casa, en ese momento la forma de operar ya no era solo vigilar sino entrar a las casas y detener a sus objetivos, por esa razón solo avisé que iba a ser capturada. No hice una denuncia pública porque pensé que podría ser peor, por suerte, no ingresaron a la casa y ese día salí de ahí, me quedé una semana fuera de casa solo con lo justo y necesario. 

Cuando regresé a la casa, estaba llena de mucho estrés y ansiedad de saber que estaba viviendo en un lugar que estaba claramente identificado por la policía, viví aproximadamente un mes más ahí, fueron días en los que no sabía que podía sucederme porque estaba completamente expuesta. La policía seguía pasando continuamente y de forma intimidante, hasta el momento no sé si de verdad iban a ejecutar una captura, o si solo era parte del juego mental que aplican en contra de las personas opositoras para obligarles a que se vayan del país. 

En noviembre de 2021, nuevamente me había mudado de casa y esa fue la última casa en la que viví mientras estuve en Nicaragua. Los primeros días todo estuvo bien, me sentía un poco más segura y por fin lograba dormir después de varias semanas. El 7 de noviembre, el propio día de las elecciones, en la madrugada me llamaron por teléfono, no respondí porque sabía que no era nada bueno, a los minutos de la llamada intentaron entrar a todas mis redes, tomé todas las medidas que pude para evitar que accedieran a mis cuentas y a mi información. Esa no fue la única vez que me llamaron, se volvió recurrente, me daba ansiedad escuchar sonar mi celular, incluso cuando era una llamada que no representaba ningún peligro para mí, siempre estaba alerta. 

Aparte de las llamadas no había pasado nada más, hasta inicios del 2022, una tarde estaban golpeando el portón muy fuerte, pensé que buscaban a los vecinos porque no estaba esperando a nadie. Al siguiente día escuché nuevamente que casi tiraban el portón a golpes, eso ya no me pareció casualidad, después de eso me di cuenta que los hombres que habían llegado a la casa, tenían unas dos semanas vigilando la casa desde una camioneta que parqueaban al frente, en un predio baldío y que habían estado preguntando por mí a los vecinos. 

Después de este último hecho, supe que no podía seguir más en Nicaragua, ya era demasiado peligroso para mí vivir en el país, me había mudado de ciudad, había cambiado de casa varias veces y ya estaba cansada de eso, ya no podía más con ese ritmo de vida porque el desplazamiento interno me estaba desgastando emocionalmente, física y económicamente. Tenía que tomar trabajos mínimos y muy pequeños porque sabía que mi situación de seguridad no me permitía hacer mucho, vivía con lo justo y necesario porque no podía trabajar regularmente, me costaba mucho dormir y comía muy poco por el estrés. 

En medio de una situación tan fuerte como la de Nicaragua, comprendí desde mi propia vivencia que las redes de apoyo salvan y que representan mucho. Como conté al inicio, cuando me moví de ciudad, no conocía a nadie, pero a los meses empecé a conocer a personas maravillosas que de una u otra forma estuvieron para mí y por suerte para mí, gran parte de las personas que conocí mientras viví en Managua, se quedaron en mi vida, la gran mayoría fueron mujeres, mujeres que estaban pendientes de mí, de cómo estaba y como me sentía. 

Me siento profundamente agradecida por la solidaridad, amor y cariño que recibí de tantas personas, sin esas redes de apoyo y amistades no hubiera logrado procesar tantas cosas por las que estaba pasando, tuve momentos en los que estaba muy cansada, que sentía que ya no podía más, pero al final un abrazo amigo o palabras llenas de cariño me cambiaban el día. 

Al final tuve que tomar la decisión que había pospuesto por 4 años, el 8 de marzo del 2022 me fui de Nicaragua porque sabía que era lo mejor para mí, me iba buscando recuperar mi salud física, terminar mis estudios y sanar todas las heridas que me habían dejado años de lucha incansable y sin pausa. Me iba sin saber cuándo volvería, con mi abuelo enfermo que falleció 12 días después de mi partida. 

A 5 años del estallido social he aprendido que construir Nicaragua no solo es político, también es muy personal. No se trata solo de las organizaciones, de acuerdos políticos o de conflictos absurdos; se trata de las historias de cada uno de nosotros y nosotras, porque al final se trata de las personas, de humanizar la política, de no olvidar y sobre todo de construir un país que de verdad sea nuestro, no de una familia o de las élites económica, sino de cada nicaragüense. 

 

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