Sostener la bandera de mi país fue como sostener un escudo. Fue sentir el orgullo y la seguridad de que mi bandera NO SALUDA NI RINDE HONORES, mucho menos ante aquellos que someten a su pueblo.
Se sabía que estabas de protesta, y reivindicabas tu posición ante la injusticia con ella, desde la puerta de tu casa, en las marchas, o muy arriba de cualquier objeto para que se notara.
Pero también fue el principal motivo por el cual muchas personas quedamos sin acceso a la educación superior, motivo por el cual muchas personas fueron -y siguen siendo- apresadas, exiliadas e incluso asesinadas.
No es lo mismo ver la bandera que sostenerla.
Cuando la ves te inunda la esperanza y la desdicha, ondeada en la rotonda Rubén Darío vas en la ruta y te sirve de testigo cuando le haces la promesa en tu mente a Nicaragua y le decís “serás libre nuevamente”; pero cuando los sostenes con fuerza y en lo más alto que te permite tu brazo, sentís que nada puede pasarte, que nada vale tanto en tu vida más que ese instante.
Con la bandera de Nicaragua sentís que tenes el verdadero grito de revolución de un pueblo que está harto de tanto saqueo, de tanto robo y tanta muerte.
Verla en las marchas fue saber que somos hermanos de una misma patria, fue tener el respaldo de una sociedad presente y consciente de lo que no debe permitir jamás. Tener la bandera visible o escondida, en cualquier espacio, individual o colectivo, es decirles AQUÍ ESTAMOS Y CONTINUAMOS EN RESISTENCIA.
Y esta es mi bandera: la bandera que siempre me acompaña. Flores obsequiadas de un altar familiar en Monimbó, para respaldar mis valores y reconfortarme. Sobre una maleta por si tengo que salir huyendo con lo más mínimo, y el cuaderno en el que no me atrevo a volver a escribir más, evidencia la última fecha que fui estudiante y la etapa que me arrebataron.
Creo firmemente que cualquier estallido social, traerá de regreso el respeto y amor por los símbolos nacionales y patrios, pues son esos emblemas aprendidos de generación en generación los que adquieren significado al acunarnos bajo una misma patria, nos dan la fortaleza histórica para seguir resistiendo, y sostienen a los espíritus rebeldes con sed de justicia y reparación.
La bandera es la que no demuestra arrepentimiento sobre nuestra rebeldía.