Yo nunca podré olvidarte

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¿Cómo recordamos en medio de una dictadura criminal que quiere silenciar las memorias e imponer el olvido? Desde La Digna Rabia invitamos a Nydia Monterrey para que nos contara a través de este artículo con qué rituales se recuerdan a las personas asesinadas.

En el año 2020 me convertí en madre por primera vez, junto a mi hijo nació el amor más puro e incondicional que nunca imaginé experimentar pero, también llegó el miedo terrible a la muerte y los pensamientos constantes de tragedias, lo que me provocaba frecuentes pesadillas con la Policía de Nicaragua, que continúan hasta el día de hoy. 

Las pesadillas iniciaron desde mi embarazo, siempre se tratan de que regreso a Nicaragua, especialmente a mi pueblo Bluefields y coincido con algún conocido simpatizante del Frente Sandinista quien anuncia mi llegada a la Policía para que procedan a mi captura. A veces me capturan, pero cuando logro despertarme antes les gano la partida y me le capeo nada más y nada menos que a la policía. 

El miedo me invade y pienso en la muerte, ¿Qué será de mi hijo si muero? O ¡No podría resistir el dolor si mi hijo muere! 

Intento distraer los pensamientos trágicos de mi mente así que decido ingresar a redes sociales, donde lo primero que encuentro es  una publicación de doña Yadira Córdoba, madre del adolescente Orlando Aguirre Córdoba, asesinado el 30 de mayo de 2018 en la marcha del día de las madres en Managua Nicaragua. 

Lejos de cambiar mis pensamientos y distraerme como pretendía, me siento empática con su dolor y me pregunto, de dónde esa mamá logra sacar fuerzas para seguir en pie luego del trágico asesinato de su hijo Orlandito, quien antes de irse a la marcha se despidió diciendo: “mama, pobrecitas esas madres que hoy 30 de mayo no tienen a sus hijos, no tienen nada que celebrar”.

Sin sospechar que horas más tarde sería a su madre a quien le faltaría un hijo. Me dio un gran dolor en el pecho al ver esto y me pregunté, ¿Cómo hace doña Yadira para continuar con su incansable lucha por la justicia? 

Procedo a leer el texto que acompaña unas fotos de unos ingredientes para preparar un chop suey. Indica que ese día su hijo cumple un mes más sin justicia por su asesinato y que el próximo 30 de mayo se cumplen 5 años de aquel fatídico 2018.  Para honrar su memoria y seguir recordándonos cuánto le duele ha decidido cocinar el plato favorito de su hijo Orlandito. 

La preparación del chop suey debió esperar un rato, porque el choque emocional le provocó una crisis de llanto, pero al reponerse nos compartió el plato terminado en memoria de su hijo, como símbolo de que por muy difícil que sea el camino y aunque sean necesarias las pausas es importante seguir para conseguirlo. 

Sin duda alguna ver esas fotos y leer sus palabras me conmovieron hasta las lágrimas, y fue ahí que me detuve a reflexionar en cómo todas y todos los familiares desde el recuerdo intentan traer  a nuestras memorias estos crímenes, porque es así que se labra el camino a la justicia, la reparación y la no repetición.

Esta reflexión me hizo recordar un escrito que realicé en 2021, sobre la masacre familiar de los Luna (mi familia materna) ocurrida en el año 1984, después del triunfo de la Revolución, en el que 6 hombres de la familia Luna fueron asesinados: mi bisabuelo Andrés Luna, 5 de sus hijos y un peón de su finca. 

En el proceso de ese escrito, mi miedo por la muerte incrementaba, además del dolor que me provocó escuchar los testimonios de los hechos y la rabia e indignación por la manera en que fueron tratados aun después de haber sido torturados y asesinados. Como profanaron sus cuerpos sin vida. 

Al repasar mi escrito interioricé que realmente no le tengo tanto miedo a la muerte (aunque espero llegar a los 90 años), sino a ser olvidada o peor aún que mi memoria sea ultrajada -como pasó con mi bisabuelo y tíos-, y que mi historia sea silenciada por capricho y poder, como también lo fue en su caso. 

Mi bisabuela no tuvo derecho de enterrar dignamente a su esposo ni a sus hijos, mi abuelita no pudo honrar ni despedir a su padre ni hermanos, mi mamá no logró ver por última vez a su abuelito que amaba y tampoco darle el último adiós a sus tíos, como pasó con muchas viudas, hijas e hijos, hermanas, amigos y familiares. 

Porque el ejército sandinista los asesinó y además se encargó de matar su memoria al amenazar a la gente que intentara despedirlos de alguna manera, al manosear los sucesos y contar la historia que ellos querían contar. 

Una historia de hace 39 años que podría ser perfectamente una de la actualidad, porque pareciera que el tiempo ha pasado en el resto del mundo, pero se ha quedado pausada en Nicaragua.

Yo no recuerdo ni un solo acto en memoria de mis familiares, ni un culto, ni una misa, ni conversaciones que los mencionaran. Era un tema tabú que desde muy pequeñita me causó curiosidad pues necesitaba entender qué había pasado, hasta que comprendí que el terror que habían atravesado había sido tan fuerte que prefirieron callarlo para que no se repitiera con algún miembro más de la familia. 

Al paso del tiempo mi abuelita logró vencer el miedo y colocó una foto en grande de su padre en la sala de su casa; mis primos, hijos de los asesinados, empezaron a cuestionar en voz alta, querían saber lo que había pasado y nosotros empezamos a visitar la tumba del único tío que logró ser enterrado en la ciudad de Bluefields, donde vivía con su familia un año después del asesinato. Sin saber a conciencia que de esa manera empezábamos a darle vida a sus memorias. 

Recordar cómo y dónde se pueda

A diferencia de doña Yadira que logra subir una foto en la que está preparando la comida favorita de su hijo Orlandito para recordarlo o la foto impresa de mi bisabuelo en la casa de mi abuelita, hay personas en Nicaragua que optan por recordar en silencio y sin publicaciones en redes sociales por miedo. 

Ayer hablé con una joven que tiene cara de Damaris, pero no se llama así, solo que me ha solicitado no mencionar su nombre real, porque recordar a su novio que fue asesinado durante la operación limpieza en Nicaragua no debería ser pecado, para Ortega si lo es y podría ser motivo de encarcelamiento. 

Damaris me contaba que no ha podido vivir su duelo, que por más que ha llorado siempre siente un nudo en la garganta y cree que es porque no ha podido visitar la tumba de su novio, su mamá no se lo permite por miedo a que le hagan algo. Por esa razón ha armado un pequeño altar dentro de su armario para tenerlo presente sin verse expuesta. 

Cada mes le compra una rosa, como solía hacerlo él con ella cuando celebraban un mes de noviazgo y compra un frozzen capuchino, el favorito de ambos, para tomárselo mientras platica con las fotos de su amado pegadas en su armario y acompañadas de otros recuerdos. 

Me relata que hay días y noches enteras en donde el recuerdo la invade, ese recuerdo de quien ha sido “su amor más bonito”, ella pone un incienso con olor a lavanda porque ese era su preferido y escucha muchas veces la canción “Desde mi cielo” de Mago de Oz.

Inmediatamente que colgué el teléfono con ella, busqué la canción en Youtube y las fotos en Google de su novio, de quien me pidió también omitir su nombre, teme que la policía lea esto y lleguen a destruir el altar que le ha creado en su armario. 

Mientras escuchaba la melodía, lloré a mares imaginando la historia tan bonita de amor de Damaris y su novio, sobre todo alimentaba la llama que me hace continuar escribiendo sus memorias, porque esa relación tan hermosa nunca debió terminar por el capricho de una dictadura.

Porque ha llegado la hora De que andéis el camino ya sin mí Hay tanto por lo que vivir No llores, cielo Y vuélvete a enamorar Me gustaría volver a verte sonreír”

Es increíble la cantidad de historias como estas que encontramos platicando con la gente y que aunque la dictadura se ha empeñado en intentar prohibir el recuerdo, las memorias de cada una de las víctimas siguen vivas y arden en digna rabia, incluso dentro de un armario.

Después de hablar con Damaris, llamé a otra colega y amiga que tengo en Bluefields para preguntarle de qué manera mantenía viva la memoria de su buen amigo Ángel Gahona, quien fue asesinado con un tiro certero en la cabeza mientras reporteaba los daños provocados en un cajero automático en la alcaldía de Bluefields.

Lorena*me contó que visita con mucha frecuencia la tumba no solo de su amigo Ángel Gahona, sino también de Sergio León a quien la gente conoció como “Bam bam” y que partió en Junio de 2020 a causa del COVID19 y de su querida amiga Ileana Lacayo quien falleció por otras complicaciones de salud el 29 de abril de 2021. 

Lorena me cuenta que ir a visitar la tumba de sus amigos le da mucha paz, sin embargo, a la Policía le parece que ella llega a hacer rituales para que desde el más allá le digan que hacer y cómo conspirar en contra del gobierno. “Yo les digo que me dejen de seguir y que me dejen de joder porque yo no voy a dejar de visitar la tumba de mis amigos, ni voy a dejar de recordarlos” les dice Lorena. 

Además de visitar la tumba de sus amigos, Lorena tiene una foto de ella con su amigo Ángel en una de las paredes de la oficina donde trabaja, acompañado de una bandera de Nicaragua para recordarse que cuando Nicaragua sea libre el asesinato de su amigo tendrá justicia. 

Cumplir promesas para honrar la memoria

Don Filemón* era un campesino que vivía en una pequeña comunidad rural en la Región Autónoma de la Costa Caribe Sur (RACCS). Él se sumó a las protestas anti canal desde 2013 y en 2018, cuando supo de la represión policial en Managua contra jóvenes estudiantes, decidió trasladarse a la capital, sin imaginar que no volvería con vida a su casa.

En abril de 2023, cuando don Filemón cumplía 5 años de haber sido asesinado, su esposa, doña Rosita*, estuvo a punto de ser detenida por la Policía. 

Desde unos binoculares Ramón* vigila la casa de doña Rosita, Ramón es sandinista y está a cargo de vigilar a sus vecinos, el FSLN le ha dado a Ramón y a muchos otros que participan en las fuerzas de choque y turbas, instrumentos como binoculares para mantener el control y la vigilancia barrial.

Doña Rosita preparaba entre risas cosa de horno, almíbar, nacatamales, vigorón, arroz aguado, “hace dos años que doña Rosita no llora a don Filemón y ha decidido recordarlo con algarabía y hasta chicha de maíz fermentada ha preparado como le gustaba a él”, escuchó Ramón decir a los vecinos.

Ramón, desde sus binoculares, vigiló y confirmó que todas las personas que se encontraban ese día en la casa de Rosita, eran parte de la familia de ella y Filemón. No lo recordaban en silencio, pero tampoco había fotos ni banderas que dieran indicios de homenaje alguno.

Otro “CPC” del sector, cuando se dio cuenta de la reunión, alertó a la Policía, quienes llegaron de inmediato. Llegaron de manera agresiva, con intención de detener a Rosita al constatar la existencia de una reunión en la casa de una de esas “familias que no tienen permiso de reunirse con nadie”.

Ramón, al ver la actitud de la policía, intervino y les indicó que solo era una reunión familiar, que él la había estado vigilando desde hace varias horas. Doña Rosita confirmó la versión e invitó a los oficiales a comer, quienes sin saberlo participaron en la conmemoración de don Filemón.

Filemón le había pedido a Rosita que cuando muriera lo despidieran matando un chacho y cocinando todo lo que le gustaba, sin embargo, cuando fue asesinado no pudo ser despedido así, todo fue muy complicado, empezando que el traslado del cuerpo se hizo bajo asedio policial.

Rosita, una vez que se sintió mejor decidió empezar a cumplir la promesa que había puesto en pausa por 3 años, este es el segundo año en donde la familia se reúne para recordar a Filemón desde la mesa y los abrazos.

Esta historia ha sido posible contarla gracias a Ramón, quien conversó conmigo en un intento de demostrar que aunque es difícil dentro del sistema también se intenta burlar el régimen para que sigan floreciendo esos actos de conmemoración, tan pequeños como potentes que hacen todas las Rositas dentro de Nicaragua.

El helado que pudo haber sido su favorito

A Víctor* le asesinaron a su hijo, quien hoy tendría 6 años. Visitar la tumba del niño hace 3 años, con globos azules y una camiseta conmemorativa, le costó el exilio.

Cada fecha en la que su niño cumple años, Víctor envía dinero a su familia para que vayan a visitarlo al cementerio con una piñata, globos de colores y de muñecos -no solo azules para evitar problemas-, les pide que compren helado sabor napolitano, porque en su mente se imagina que ese pudo haber sido su sabor favorito. 

Cada año, la familia se va reuniendo de a poco en el cementerio, para no llegar todos juntos y levantar sospechas, si no hay moros en la costa cantan “Soy puro pinolero”, pero si ven gente rondando solo encienden un parlantito con canciones infantiles aleatorias. 

Los primitos quiebran la piñata, se comen el pastel y repiten porción de helado, mientras Víctor presencia todo a través de una video llamada y aunque reconoce que ya casi no llora, el dolor en el pecho y el vacío que siente es el mismo desde el primer día. 

En una de las conmemoraciones, los niños curiosos preguntaron “¿Qué pasó? ¿Por qué mi primito está dormido y guardado en esta cosa de cemento?”, las hermanas de Víctor se les dijeron que esa ha sido “la voluntad de Dios”. Sin embargo, Víctor interrumpió para decirles que están muy pequeñitos para contarles todo lo que pasó, pero que pronto van a tener una edad en la que él mismo podrá decirles todo. 

Víctor, al igual que doña Yadira Córdoba -la única que me ha permitido dar su nombre real en este escrito-, Damaris, Lorena y doña Rosita se las ingenian para mantener viva la memoria de sus seres queridos, pese a que hasta eso les han querido arrebatar. 

Al igual que ellos, hoy hay cientos de familias transitando el duelo de un familiar asesinado, algunas en silencio, otras sentándose juntas en la mesa, otras comprando flores, café o helado, sin embargo, la memoria persiste por la absoluta determinación de estas familias de mantener vivo el recuerdo de su familiar para así conseguir justicia, verdad y reparación.

llorando a sus muertos del ayer y hoy en silencio  por el absurdo capricho de la pareja presidencial que pretende borrar de la memoria colectiva los actos de los crímenes de lesa humanidad que han cometido. 

Sin embargo eso no es posible, porque los múltiples duelos nos han calado más allá del cuerpo, trastocando nuestra alma y déjenme decirle que hasta el cuerpo tiene memoria y por eso esta vez no solo se trata de que con el avanza de la tecnología los crímenes se han venido documentando de diferentes maneras, sino de que no podemos olvidar.

“Pero, mi vida, yo nunca podré olvidarte Y solo el viento sabe lo que has sufrido por amarme Hay tantas cosas que nunca te dije en vida Que eres todo cuanto amo Y ahora que ya no estoy junto a ti Desde mi cielo os arroparé en la noche Y os acunaré en los sueños Y espantaré todos los miedos Desde mi cielo os esperaré escribiendo No estoy solo, pues me cuidan la libertad y la esperanza Yo nunca os olvidaré”

(*) Los nombres usados son falsos, porque así lo pidieron las personas que colaboraron con este artículo, en aras de intentar continuar con sus rituales de la memoria sin ponerse en riesgo.

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