Banderas: memorias más allá del nacionalismo

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Este septiembre se cumplen 202 años de supuesta independencia en Nicaragua, 202 años donde la norma histórica han sido los conflictos; intervenciones extranjeras, guerras civiles, golpes de estado, dictaduras y revoluciones se han intercalados con breves momentos de relativa paz donde la democracia no termina de consolidarse y el autoritarismo no termina de extinguirse.

Desde nuestros primeros años nos enseñan a “ser nicaragüenses”, apuesto que son contadas con los dedos de las manos las personas que no hayan cantado en cualquier acto cívico del colegio “soy puro pinolero, nicaragüense por gracia de Dios”, o que no haya llorado un “Ay Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer”.

A todos nos enseñaron que la bandera azulyblanco representa nuestra identidad nacional, una identidad muchas veces cuestionada, una identidad que para construirse, sin dudas, permitió silencios, olvidos y exclusiones.

En 2018, emerge este símbolo reafirmando, construyendo o reinterpretando los marcos de significados que forman esa idea de “nación”. En 2018, emerge como símbolo de resistencia, de protesta y de reclamo, desde las maneras más simples hasta las más complejas.

En este mes de conmemoraciones a la “patria”, a partir de este breve texto intentaremos dar un acercamiento a la identidad nacional nicaragüense y a sus transformaciones en el marco de las protestas de 2018, para dar paso finalmente a cuatro historias visuales que cuentan y reflejan los significados que adquirió la bandera azulyblanco en las calles y las manifestaciones sociales.

 

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¿Qué es la nación? 

 

Algunos autores la definen como “una comunidad políticamente imaginada” que necesita construir su identidad. La identidad nacional se basa en esa comunidad política que debe de compartir un territorio histórico, recuerdos y mitos colectivos, una cultura común con rasgos culturales destacados, derechos y deberes iguales para todos y una economía unificada que permita la movilidad de sus integrantes.

La identidad nacional es presentada en la literatura como un fenómeno social, que no es estática ni permanente, más bien es una categoría cambiante e histórica, sujeta a los procesos de cambio y disolución, que son graduales y acumulativos, o repentinos y discontinuos.

Desde 2018, en Nicaragua se observaron reafirmaciones, resignificaciones o reinterpretaciones de lo que podríamos llamar “nuestra identidad nacional”, el conflicto sociopolítico se trasladó a diferentes dimensiones de la vida cotidiana, y por supuesto, también se hizo presente en las subjetividades y los simbolismos que daban identidad a nuestra “comunidad imaginada” llamada Nicaragua.

El uso de símbolos, mitos y discursos reafirman o transforman la construcción de esta identidad nacional, pero, ¿cómo se construye la conciencia de pertenecer a una nación cuando los “rasgos culturales destacados” están en permanente disputa y confrontación por más de una colectividad?

En 2018 se utilizaron elementos de la identidad nacional para construir, reafirmar o disputar significados, sentidos, símbolos, narrativas, relatos y memorias, el uso de estos elementos estuvieron mediados por diferentes factores como roles o categorías sociales y a la vez estos elementos influyeron en la reafirmación o reinterpretación de otras identidades colectivas dentro de la “nación nicaragüense”.

El uso de la identidad nacional por parte de todo el espectro político nicaragüense no es de sorprenderse, el internacionalista irlandés Benedict Anderson ha planteado que la nación trastoca a los individuos y a las colectividades de manera más trascendental que una simple corriente política ideología, encuadra de esta manera al Nacionalismo con el parentesco y las religiones, y propone que la nación aglutina y genera lealtades más allá de lo que cualquier otra ideología política.

El sociólogo inglés Anthony D. Smith analiza que la identidad nacional se fusiona con otros tipos de identidades (clase, religiosa o  étnica) y que es un constructo complejo integrado por una serie de elementos interrelacionados de tipo étnico, cultural, territorial, económico y político-legal, así como también es capaz de fusionarse con otras ideologías y movimientos sin perder su carácter propio. Por tanto, el uso de los elementos de la identidad nacional no es casual en los discursos políticos, aunque quizás sí inconsciente.

La ideología política, las visiones del mundo, la interacción con el Estado, las memorias del pasado común, entre otros elementos, fueron complejizando el conflicto sociopolítico nicaragüense, en sus dimensiones materiales y simbólicas, entre opositores y oficialistas.

Los manifestantes y opositores apelaron al uso de símbolos patrios y prácticas rituales como el uso de la bandera azulyblanco y la entonación del himno nacional, pero también estuvieron muy presente las memorias colectivas de un pasado común, especialmente respecto al pasado revolucionario, estas memorias fueron recreadas y reafirmadas -en algunos casos- pero también confrontadas y hasta reinterpretadas. 

Mientras que el oficialismo utilizó las figuras nacionales, como Sandino, y otros significados que continuamente el Frente Sandinista (FSLN) ha recreado para reafirmar la identidad nacional, como la soberanía, el antiimperialismo y la revolución.

 

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La identidad nacional nicaragüense: un breve y no definitivo acercamiento


 

La identidad nacional, como ya mencioné, tiene que ver con  rasgos compartidos -por una mayoría de miembros de una nación- de una serie de elementos como lengua, territorio, historia, religión, entre otros, estos rasgos en su mayoría son constituidos a raíz de los intereses de las élites (Vizcaíno, 2005) y fueron la las elites nicaragüenses en el siglo XIX quienes asumieron el rol de difundir una primera interpretación de la identidad nacional, pero rápidamente se encontraron con problemas como que Nicaragua con tenía la tradición de un pasado prehispánico glorioso, ni contaba con gestas o próceres independentistas de renombre (Fernández, 2009). La identidad nacional que no es estática ni permanente, por el contrario se transforma a la luz de los procesos históricos, ha transformado su construcción discursiva del Estado en diferentes momentos históricos.

Las y los autores que han estudiado la identidad nacional nicaragüense, coinciden en su vinculación con personajes o momentos históricos relacionados a conflictos bélicos-políticos como la gesta de Rafaela Herrara (derrotó a cañonazos a invasores británicos), la Batalla de San Jacinto (primera derrota a los invasores norteamericanos), la guerra de guerrillas liderada por el General Augusto C. Sandino, o la Revolución Popular Sandinista de 1979 (Guevara, 2015 y Kinloch, 2002), toda esta dinámica de dominación e intervención dan como resultado la exaltación de “la confrontación y la contradicción” (Guevara, 2015).

“La nueva patria” ideada por Sandino durante su guerra contra la ocupación estadounidense fue concebida como una familia patriarcal demandada por dos principios: 1) pertenencia a la raza indo hispana; y 2) oposición al imperialismo norte americano y al invasor yanqui (Schroeder, 1998). Esta propuesta identitaria es después incorporada al surgimiento del FSLN y reinterpretada después del triunfo electoral de Daniel Ortega en 2006.

Durante la dictadura somocista, según la investigación del historiador nicaragüense Juan Pablo Gómez, se articuló como discurso nacional el “patrón de autoridad” con el objetivo de dar la idea de que solo “un hombre fuerte” podría gobernar lo nacional, encadenando de esta manera en el imaginario hombres-armas-política-Estado, este encadenamiento que se originó para apoyar a Somoza, después se extendió para los miembros del partido y los soldados de la Guardia Nacional (Monte y Gómez, 2021).

La historiadora nicaragüense Margarita Vannini señala que a partir del retorno del FSLN en 2007 desde el Estado se produce un discurso particular: “una Nicaragua regida por una nueva familia; una nación que descansaba en la autoridad de Dios, proyecta sobre la figura de Ortega”, formándose de esta manera una tríada de grandes padres de la nación “Rubén Darío: padre de la independencia cultural, Sandino: padre de la revolución, y Daniel, el máximo y único líder, heredero y continuador del genio de Darío y del espíritu de Sandino” (Monte y Gómez, 2021). Una evidente continuidad con la figura del “hombre fuerte” que crearon de Somoza, solamente que ahora está presente en el dictador de turno, Daniel Ortega.

Una futura transición democrática en Nicaragua, todavía de características difíciles de anticipar, requerirá volver a reconstruir esa “comunidad imaginada”, articular sentidos y significados que integren y reconcilien a toda la sociedad para construir la visión del mundo que adopte la Nicaragua post-dictadura. 

Por eso, desde La Digna Rabia creemos que es urgente abrir la conversación de cómo se expresan las identidades colectivas en nuestra nación, para obtener elementos, análisis y argumentos que aporten al futuro democrático. Que conmemorar el mes patrio trascienda a poner la bandera en un lugar visible, y se convierta en un momento para pensar en el mañana de nosotras y nosotros, que es el mañana de Nicaragua.

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